El desastre nuclear en Fukushima, en 2011, causado por un terremoto, liberó enormes cantidades de toxinas y obligó a evacuar a más 150.000 residentes. Uno de ellos dijo: «Es como si una nieve invisible cayera sin parar sobre Fukushima, cubriendo la zona». La elevada radiación se manifestó en las cosechas, la carne y «focos» a cientos de kilómetros de la planta. Para combatir la contaminación, los habitantes empezaron a plantar girasoles, que se sabe que absorben la radiación. Plantaron más de 200.000 semillas, y ahora Fukushima está repleta de girasoles.
El girasol, operando mediante el diseño de Dios, actúa de forma limitadamente similar al acto cósmico de Jesús para sanar al mundo entero, ya que «llevó él nuestras enfermedades» sobre su cuerpo y «sufrió nuestros dolores» (Isaías 53:4). Absorbió en su propio ser todo el mal, violencia y toxinas de nuestro mundo; todas las formas en que los humanos nos autodestruimos. Absorbió todos nuestros pecados. En la cruz, «fue herido», pero no por sus pecados sino por «nuestras rebeliones» (v. 5). Y como murió por el pecado, nosotros podemos ser sanados: «por su llaga fuimos nosotros curados» (v. 5).
Cristo no nos perdona desde lejos, sino que carga sobre sí toda nuestra tóxica maldad. Absorbe todo, y así, nos sana espiritualmente.
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