Amina, una inmigrante iraquí, y José, norteamericano de nacimiento, asistieron a una protesta política en bandos opuestos. Se nos ha enseñado a creer que los que están separados por la etnia y la política se rechazan profundamente. Sin embargo, cuando una pequeña turba abordó a José, tratando de quemarle la camisa, Amina corrió a defenderlo. «Pienso que no podríamos haber estado más alejados como personas —dijo José a un reportero—; y aun así, fue una especie de acuerdo momentáneo de que “eso no está bien”». Algo más profundo los unía.
Aunque a veces disentimos unos con otros —diferencias sustanciales que a menudo no podemos ignorar—, hay realidades más profundas que nos unen. Todos somos creados por Dios y estamos vinculados en la familia humana. Dios nos creó a cada uno «a su imagen» (Génesis 1:27), independientemente del género, clase social, etnia o convicción política. Sea como sea, Dios se refleja en mí y en ti. Además, nos ha dado un propósito compartido de llenar la tierra y gobernarla con sabiduría y cuidado (v. 28).
Cuando olvidamos cómo estamos unidos en Dios, nos dañamos a nosotros mismos y a los demás. Pero al unirnos en su gracia y verdad, participamos de su deseo de que el mundo sea bueno y floreciente.
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