«Me sentía tan inútil —dijo Aroldo—. Viudo y jubilado, mis hijos ocupados con sus familias, pasando tardes en silencio y mirando la pared». A menudo, le había dicho a su hija: «Estoy viejo y tuve una vida plena. Ya no tengo ningún propósito. Dios puede llevarme cuando quiera».
Sin embargo, una tarde, una charla le cambió su manera de pensar. Dijo: «Mi vecino tenía problemas con sus hijos, así que oré por él. Luego, le hablé del evangelio. ¡Así me di cuenta de que todavía tenía un propósito! Mientras haya personas que no han oído de Jesús, debo hablarles del Salvador». La vida de su vecino cambió cuando Aroldo vio la necesidad y le compartió sobre su fe.
En 2 Timoteo 1, Pablo menciona a dos mujeres que Dios utilizó de manera similar para cambiar la vida de otra persona: Timoteo, el joven colaborador del apóstol. Loida, la abuela, y Eunice, la madre, tenían una «fe no fingida», la cual le transmitieron (v. 5). A través de los sucesos cotidianos en una familia común y corriente, el joven Timoteo aprendió sobre una fe genuina que moldearía su crecimiento hasta convertirse en un fiel discípulo de Jesús y líder de la iglesia de Éfeso.
Independientemente de nuestra edad, trasfondo o circunstancias, tenemos un propósito: contarles a otros sobre Jesús.

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