Grace es una señora muy especial. Cuando pienso en ella, me viene a la mente la palabra paz. La expresión de calma y tranquilidad de su rostro ha cambiado en muy pocas ocasiones desde que la conocí hace seis meses, aun cuando a su esposo le diagnosticaron una enfermedad extraña y, posteriormente, lo internaron en el hospital.

Cuando le pregunté cuál era el secreto de su paz, Grace dijo: «No es un secreto, es una persona. Es Jesús en mí. No hay otra manera de explicar la tranquilidad que siento en medio de esta tormenta».

El secreto de la paz es nuestra relación con Jesucristo. Él es nuestra paz. Cuando aceptamos a Jesús como Salvador y Señor, y nos parecemos cada vez más a Él, la paz se hace una realidad. Pueden presentarse enfermedades, problemas financieros o peligros, pero la paz nos asegura que Dios sostiene nuestras vidas en sus manos (Daniel 5:23), y que podemos confiar en que todo obra para bien.

¿Hemos experimentado esa paz que supera toda lógica y comprensión? ¿Tenemos la certeza interior de que Dios tiene el control? Que todos nos hagamos eco de las palabras del apóstol Pablo: «Que el Señor de paz mismo les dé paz», y que la sintamos «siempre y en toda circunstancia» (2 Tesalonicenses 3:16 RVC).