En una conferencia en Asia, tuve en pocas horas dos conversaciones reveladoras. Primero, un pastor contó que había pasado once años en la cárcel por una sentencia errónea de asesinato, hasta que lo liberaron. Después, un grupo de familias relató que habían pagado una fortuna para escapar de la persecución religiosa en su país, pero los habían traicionado. Ahora, después de años en un campamento de refugiados, se preguntan si alguna vez encontrarán un hogar.

En ambos casos, la crisis se intensificó por falta de justicia… una prueba del estado de nuestro mundo. Sin embargo, este vacío de justicia no es una situación permanente.

El Salmo 67 llama al pueblo de Dios a darlo a conocer a nuestro mundo que sufre. El resultado será alegría y gozo, por al amor de Dios y por su justicia. «Alégrense y gócense las naciones porque juzgarás los pueblos con equidad, y pastorearás las naciones en la tierra» (v. 4).

Los escritores de la Biblia entendían la «equidad» como un componente clave del amor de Dios, pero sabían que solo se cumplirá a la perfección en el futuro. Entretanto, podemos señalar a los demás la justicia divina del Señor. Su venida verá correr «el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo» (Amós 5:24).