El email era corto pero urgente: «Pedido de salvación. Me gustaría conocer a Jesús». ¡Qué asombroso! A diferencia de amigos y familiares reacios a Cristo, esta persona no necesitaba ser convencida de pecado. Mi tarea era compartirle verdades bíblicas y fuentes confiables que respondieran a su ruego. Después, por fe, Dios dirigiría su camino.
Felipe demostró esta sencilla evangelización cuando se encontró en el desierto con el funcionario etíope que leía el libro de Isaías. «¿Entiendes lo que lees?», preguntó Felipe (Hechos 8:30). «¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?», respondió el hombre (v. 31). Entonces, «Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús» (v. 35).
Tal como demostró Felipe, empezando donde está la persona y manteniendo sencillo el evangelio, podemos ser un medio eficaz para testificar de Cristo. Mientras viajaban, el hombre dijo: «Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?» (v. 36). Felipe accedió, y el hombre «siguió gozoso su camino» (v. 39). Qué alegría sentí cuando el que escribió el email dijo que había nacido de nuevo al aceptar a Cristo, y que había encontrado una iglesia. ¡Qué comienzo maravilloso! Ahora, ¡que Dios lo guíe a crecer espiritualmente!
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