León Tolstói escribió sobre su visión del campo de batalla desde una colina cuando era oficial de la artillería rusa en 1854: «Es una especie curiosa de placer ver personas matándose unas a otras. […] pasaba horas mirando». Pero su perspectiva cambió al presenciar la devastación en Sebastopol, y escribió: «Entiendes en un instante —y muy a diferencia de antes— el significado del sonido de los disparos en la ciudad».
Una vez, el profeta Jonás subió a una colina para ver la devastación de Nínive (Jonás 4:5). Acaba de advertirles sobre el inminente juicio de Dios. Nínive se arrepintió. No obstante, reincidió en la maldad, y un siglo después, Nahum describió su destrucción: «Rojos son los escudos de los guerreros. […]. Sus carros de guerra brillan como antorchas. Llegó el día del ataque, y ya agitan las lanzas» (Nahum 2:3 RVC).
Dios castigó a Nínive por su pecado persistente. Pero le había dicho a Jonás: «¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda?» (Jonás 4:11).
La justicia y el amor de Dios van de la mano. Nahum muestra las consecuencias del mal. Jonás revela la compasión de Dios. El deseo de su corazón es que nos arrepintamos y seamos compasivos.
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