Mi amiga Joann murió de un síncope justo cuando el coronavirus empezó a difundirse en 2020. Al principio, su familia publicó que la reunión de recordación sería en su iglesia, pero luego decidió que sería mejor en una funeraria, para controlar la cantidad de gente. El aviso en línea decía: «Joann Warners: cambio de recinto».
Sí, ¡su recinto había cambiado! Había pasado del recinto terrenal al celestial. Dios había transformado su vida hacía años, y ella lo sirvió fielmente durante casi cincuenta. Aun cuando yacía en el hospital, cerca de morir, pedía por sus seres queridos que luchaban. Ahora, está presente con el Señor; cambió de recinto.
El apóstol Pablo deseaba estar con Cristo en otro recinto (2 Corintios 5:8), pero también sentía que sería mejor seguir en este mundo, para bien de aquellos a quienes servía. Escribió: «quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros» (Filipenses 1:24). Cuando nos lamentamos por alguien como Joann, tal vez exclamemos a Dios algo similar: Es necesario aquí para mí y muchos otros a quienes amaba y servía. Pero Dios sabe cuál es el mejor momento para su cambio de recinto y el nuestro.
En el poder del Espíritu, ahora «procuramos también […] serle agradables» (2 Corintios 5:9), hasta que lo veamos cara a cara, lo que será mucho mejor.
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