Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús,
porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
Mateo 1:21
Miles de veces hemos escuchado o leído este versículo que se encuentra justo al principio del Nuevo Testamento. Después de siglos de silencio, por fin comienza a resonar la voz de Dios; José, María, los pastores… todos ellos tienen el privilegio de recibir, en primera persona, el anuncio que cambiará por siempre sus vidas. Aún así, ellos fueron los receptores humanos. Los primeros en escuchar el mensaje fueron los ángeles del Señor; quiero pensar que también para ellos la noticia del cumplimiento del tiempo sería motivo de mucha alegría (Lc. 2:10).
Ellos, los ángeles, que conocen a Dios de cerca, le ven, oyen y sirven día y noche, son también conscientes de lo que el nacimiento de Jesús supondrá para la humanidad: esperanza, salvación, perdón, reconciliación, guía, consuelo, propósito, VIDA. Sus caras, el tono de sus voces, las melodías de sus cánticos en medio de la noche… serían una expresión de ánimo y alegría propia de quien porta la más maravillosa noticia jamás contada.
¿Cómo habría sido ese anuncio si se hubiera dado estos días, en pleno 2020? ¿Pensáis que habría sido igualmente alegre? ¿Querría transmitirnos ánimo y esperanza?
A pesar de las distancias que nos separan, creemos que las cosas no han cambiado tanto; evidentemente sí en la forma, en nuestra complejidad social, en la dimensión global que adquiere cada pequeño evento que se dé en cualquier rincón de nuestro mundo, en los avances tecnológicos que siguen revolucionando nuestro día a día… pero no en el fondo. En el fondo, tú y yo somos seres humanos, con las mismas necesidades que antaño. Así que, en 2020 igual que entonces, la enfermedad necesita un médico; la soledad, compañía y consuelo; la rutina, un revulsivo; el agotamiento físico y emocional, una buena noticia; la muerte, un salvador. Estos están siendo algunos de los efectos de la pandemia que nos ha acosado y atacado este año, y también la experiencia de aquéllos que disfrutamos de conocer a nuestro Salvador.
Es nuestro deseo que, esta Navidad, tu cara, el tono de tu voz, la melodía de tu cántico, sea una expresión de ánimo y alegría propia de quien porta la más maravillosa noticia jamás contada. Tú también eres un enviado de Dios.
Con cariño y nuestros deseos de bendición.
Los pastores
Sergio y Yolanda