Cuando el escritor O. Henry escribió su amada historia navideña «El regalo de los reyes magos», estaba luchando por recuperarse de ciertos problemas personales. Aun así, escribió una historia inspiradora que destaca un rasgo hermoso: el sacrificio. En ella, una esposa pobre vende en Nochebuena su larga cabellera para regalarle a su esposo una cadena de oro para su reloj de bolsillo. Sin embargo, después descubre que su esposo vendió su reloj para comprarle un juego de cepillos para el cabello.
¿El regalo más grande del uno al otro? El sacrificio. El gesto de cada uno mostró un gran amor.
La historia representa los regalos amorosos que los magos (o sabios) le dieron al niño Cristo después de su nacimiento (ver Mateo 2:1, 11). Ese niño crecería y un día entregaría su vida por todo el mundo.
En nuestra vida cotidiana, los creyentes en Cristo podemos destacar este gran regalo al ofrecerles a otros el sacrificio de nuestro tiempo, nuestros tesoros y nuestro amor. Como escribió el apóstol Pablo: «hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios» (Romanos 12:1). No hay mejor regalo que sacrificarse por otros mediante el amor de Jesús.
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