La escritura de hoy:
En 1964, un gran terremoto de magnitud 9.2 hizo temblar Alaska durante cuatro minutos. En Anchorage, manzanas enteras desaparecieron, dejando cráteres y escombros. Durante esa aterradora noche, la reportera Genie Chance daba mensajes por radio a la gente desesperada: un obrero escuchó que su esposa estaba viva; familias angustiadas oyeron que sus hijos, en un campamento, estaban bien; una pareja se enteró de que habían encontrado a sus hijos. La radio no dejaba de dar buenas noticias… pura alegría en medio de las ruinas.
Los israelitas habrán sentido algo parecido cuando oyeron las palabras del profeta Isaías: «me ungió el Señor; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos» (61:1). Al ver sus vidas desperdiciadas y su futuro oscuro, la voz clara de Isaías les traía buenas noticias. La intención de Dios era «vendar a los quebrantados de corazón, […] publicar libertad a los cautivos […]; [restaurar] las ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones» (vv. 1, 4). En medio de su terror, el pueblo escuchó la promesa tranquilizadora de Dios, su buena noticia.
Hoy, nosotros escuchamos la buena noticia (esto significa la palabra evangelio) de Dios en Jesús. En nuestros miedos, dolores y fracasos, Él da una buena noticia que abre paso a la alegría.
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