En vísperas de Año Nuevo de 2000, unos oficiales en Detroit abrieron una cápsula del tiempo de 100 años de antigüedad. Adentro había predicciones de algunos líderes de la ciudad, que expresaban visiones de prosperidad. Sin embargo, el mensaje del alcalde era diferente. Escribió: «Quisiera [… que] se den cuenta como nación, pueblo y ciudad, de que han crecido en justicia, porque esto exalta a una nación».
Más que el éxito, la felicidad o la paz, el alcalde deseaba que los futuros ciudadanos crecieran en justicia. Tal vez sacó la idea de Jesús, el cual bendijo a los que anhelaban su justicia (Mateo 5:6). Pero es fácil desanimarse cuando consideramos el estándar perfecto de Dios.
Felizmente, no tenemos que depender de nuestro propio esfuerzo para crecer. El autor de Hebreos declara: «Y el Dios de paz […] os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo» (Hebreos 13:20-21). Quienes estamos en Cristo somos santificados por su sangre en cuanto creemos en Él (v. 12), pero Él va cultivando el fruto de la justicia en nuestro corazón a lo largo de toda la vida. A menudo, tropezaremos, pero nuestra mirada está puesta en la «ciudad […] por venir», donde reinará la justicia de Dios (v. 14).

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