Hace décadas, fui a un retiro universitario donde todos hablaban de un test de personalidad. «¡Yo soy ISTJ!», dijo uno. «Yo, ENFP», dijo otro. Estaba desconcertado… y dije en chiste: «Yo soy ABCXYZ».
Desde entonces, he aprendido mucho sobre ese test (Myers–Briggs) y otros, como la evaluación DISC. Me resultan fascinantes porque nos ayudan a entendernos a nosotros mismos y a otros de maneras útiles y reveladoras, al arrojar luz sobre nuestras preferencias, fortalezas y debilidades. Si no las usamos en exceso, pueden ser herramientas beneficiosas que Dios use para ayudarnos a crecer.
Las Escrituras no nos ofrecen ningún test de personalidad, pero sí afirman la singularidad de cada persona a los ojos de Dios (Salmo 139:14-16; Jeremías 1:5), y nos muestran cómo nos equipa Dios a todos con una personalidad y dones particulares para servir a otros. En Romanos 12:6, Pablo comienza a descifrar esta idea, cuando dice: «teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada».
Explica que esos dones no son para nosotros solos, sino para servir al pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo (v. 5). Son una expresión de su gracia y bondad que obra en y a través de todos nosotros, y nos invita a cada uno a ser vasos únicos en el servicio a Él.
0 Comentarios