Luego de la reunión de adoración el domingo por la mañana, mi anfitrión moscovita me llevó a almorzar a un restaurante fuera del Kremlin. Al llegar, observamos una fila de parejas recién casadas, en ropa de boda, que se acercaban a la Tumba del soldado desconocido. La felicidad de su día incluía recordar los sacrificios de otros para ayudar a que ese día fuera posible. Fue conmovedor verlos tomar fotos junto al monumento y depositar flores de la boda en su base.
Todos tenemos razones para estar agradecidos a otros que se han sacrificado para hacer que nuestra vida sea más plena. Ninguno de esos sacrificios es insignificante, pero tampoco son lo que más importa. Solo es al pie de la cruz donde vemos el sacrificio que hizo Jesús por nosotros y comenzamos a entender cuánto le debemos al Salvador por nuestra vida.
Acercarnos a la mesa del Señor para participar de los símbolos —el pan y la copa— nos recuerda el sacrificio de Jesús. Pablo escribió: «todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1 Corintios 11:26). Que nuestro tiempo alrededor de su mesa nos recuerde vivir cada día recordando y agradeciendo todo lo que Jesús ha hecho por nosotros y en nosotros.

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