El muro de los susurros en la estación Grand Central de Nueva York es un oasis acústico entre el bullicio del lugar. En este espacio, cuando una persona se para debajo de una arcada y habla suavemente hacia la pared, las ondas de sonido viajan por el techo curvo hasta la persona que oye del otro lado.
Job oyó el susurro de un mensaje cuando su vida estaba inundada de ruido por la tragedia de perder casi todo (Job 1:13-19; 2:7). Sus amigos parloteaban opiniones, sus propios pensamientos tambaleaban y los problemas invadían su existencia. Aun así, la majestad de la naturaleza le habló delicadamente sobre el poder de Dios.
El esplendor de los cielos, el misterio de la tierra suspendida en el espacio y la estabilidad del horizonte le recordaron a Job que el mundo está en la palma de la mano de Dios (26:7-11). Incluso un mar agitado y una atmósfera atronadora lo llevaron a decir: «estas cosas son solo los bordes de sus caminos; ¡y cuán leve es el susurro que hemos oído de él!» (v. 14).
Si las maravillas del mundo representan solo un fragmento de las capacidades de Dios, es evidente que no podemos entender la grandeza de su poder. Esto nos da esperanza en tiempos de angustia. Dios puede hacer todo, incluso lo que hizo por Job al sostenerlo en su sufrimiento.
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