La escritura de hoy :
En su poema The Witnesses [Los testigos], Henry Wadsworth Longfellow describió un barco de esclavos hundido. Al mencionar «esqueletos encadenados», se lamenta de las incontables víctimas anónimas de la esclavitud. La última estrofa dice: «Este es el infortunio de los Esclavos, / que miran con furor desde el abismo, / clamando desde sepulcros desconocidos; / ¡Nosotros somos los Testigos!» (trad. libre).
Pero ¿a quién hablan estos testigos? ¿No es inútil un testimonio tan silencioso?
Hay un Testigo que lo ve todo. Cuando Caín mató a Abel, simuló que nada había pasado: «¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?». Pero Dios respondió: «La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. […] que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano» (Génesis 4:9-11).
El nombre de Caín perdura como una advertencia: «No [sean] como Caín, que era del maligno y mató a su hermano» (1 Juan 3:12). Pero el de Abel también subsiste, aunque de manera muy distinta: «Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín […]; y muerto, aún habla» (Hebreos 11:4).
¡Abel sigue hablando! Y así lo hacen los huesos de aquellos esclavos largamente olvidados. Recordemos a tales víctimas y opongámonos a toda opresión. Dios lo ve todo, y su justicia ciertamente triunfará.

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