Al principio no lo noté.
Había bajado a desayunar en el hotel. Todo el comedor estaba limpio; la mesa de la comida, completa; el refrigerador, lleno; la caja de los cubiertos, ordenada. Todo perfecto.
Entonces, lo vi. Un hombre modesto rellenaba esto, secaba aquello. No atraía la atención sobre sí mismo. Pero cuanto más lo veía, más me asombraba. Este experimentado empleado trabajaba rápidamente, dándose cuenta de cada detalle y aprovisionando todo antes de que alguien pudiera necesitarlo. Todo estaba perfecto porque este hombre trabajaba fielmente… aunque nadie lo notara.
Al verlo trabajar tan meticulosamente, recordé las palabras de Pablo a los tesalonicenses: «y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos […], a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera» (1 Tesalonicenses 4:11-12). El apóstol entendía la importancia de ganarse el respeto de los demás, dando un buen testimonio sereno de cómo el evangelio puede infundir dignidad y propósito a acciones serviciales aparentemente pequeñas a favor de otros.
No sé si aquel hombre era creyente en Cristo, pero doy gracias de que su diligencia me haya recordado depender de Dios para reflejar con una tranquila fidelidad sus caminos también fieles.
0 Comentarios