Tras la Conferencia de Paz de París que puso fin a la Primera Guerra Mundial, el mariscal francés Ferdinand Foch dijo amargado: «Esto no es paz. Es un armisticio por veinte años», contradiciendo la opinión popular de que aquella era «la guerra para terminar con todas las guerras». Veinte años y dos meses después, se desató la Segunda Guerra Mundial. Foch tenía razón.
Hace mucho, Miqueas, el solitario y fiel profeta de Dios, profetizaba resultados militares terribles para Israel (2 Crónicas 18:7). En contraste, 400 profetas falsos del rey Acab predecían la victoria. Un funcionario le dijo: «He aquí las palabras de los profetas a una voz anuncian al rey cosas buenas; […] te ruego que tu palabra sea como la de uno de ellos, que hables bien» (v. 12).
Miqueas respondió: «lo que mi Dios me dijere, eso hablaré» (v. 13). Y profetizó que Israel sería «derramado por los montes como ovejas sin pastor» (v. 16). Tenía razón. Los arameos mataron a Acab y su ejército huyó (vv. 33-34).
Como Miqueas, los que seguimos a Jesús compartimos un mensaje que contradice la opinión popular. Jesús dijo: «Nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6). A muchos no les gusta este mensaje por considerarlo excluyente. Pero el mensaje de Cristo es inclusivo. Recibe a todos los que se vuelven a Él.
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