Kevin entró en la enfermería a buscar las pertenencias de su padre después de su muerte. El personal le entregó dos cajas pequeñas. Dijo que ese día se dio cuenta de que no se necesitaba abundancia de posesiones para ser feliz.
Su papá, Larry, siempre había vivido sin preocupaciones y dispuesto a alentar a otros con una sonrisa y palabras alentadoras. La razón de su felicidad era otra «posesión» que no entraba en una caja: una fe inquebrantable en su Redentor, Jesús.
Jesús nos insta a «[hacer] tesoros en el cielo» (Mateo 6:20). No dijo que no podíamos tener una casa o un auto, ahorrar para el futuro o poseer muchas cosas, sino que nos instó a examinar el foco de nuestro corazón. ¿Dónde estaba enfocado Larry? En amar a Dios, amando a los demás. Recorría los pasillos donde vivía, saludando y alentando a quienes encontraba. Si alguien lloraba, estaba allí con una palabra de consuelo, un oído atento o una oración compasiva. Su enfoque era vivir para honrar a Dios y hacer bien a los demás.
Preguntémonos si podríamos vivir con menos cosas que nos complican y distraen de los asuntos más importantes: amar a Dios y a los demás. «Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (v. 21). Lo que valoramos se refleja en nuestra forma de vivir.
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