Juanita le contaba a su sobrino sobre su infancia durante la Gran Depresión. Su familia era pobre, y solo tenían para comer manzanas y algún animal que su padre cazara. Cuando traía una ardilla, su mamá decía: «Dame la cabeza. Es lo único que quiero comer. Tiene la mejor carne». Años después, Juanita se enteró de que la cabeza de la ardilla no tiene nada de carne. Su mamá no la comía; solo simulaba que era una exquisitez «para que nosotros pudiéramos tener más para comer».
Al celebrar el Día de la madre, como ocurre hoy en muchos países, recordemos también historias de la devoción de nuestras mamás. Demos gracias a Dios por ellas y esforcémonos para imitar su amor.
Pablo sirvió a la iglesia de Tesalónica «como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos» (1 Tesalonicenses 2:7). Los amaba intensamente, y enfrentó una «gran oposición» a fin de contarles sobre Jesús y compartir su propia vida con ellos (vv. 2, 8). «[Trabajó] de noche y de día, para no ser [gravoso]» mientras les «[predicaba] el evangelio de Dios» (v. 9). Igual a Mamá.
Pocos pueden rechazar el amor de una madre, y Pablo dijo modestamente que sus esfuerzos no habían sido en vano (v. 1). No podemos controlar las respuestas de los demás, pero sí estar todos los días para servirlos con sacrificio.
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