A finales del siglo xix, comenzando en Canadá y extendiéndose por toda América del Norte, ministerios similares empezaron a desarrollarse. Para 1922, ya funcionaban unos 5.000 programas de Escuela Bíblica de Verano. La pasión que movió a aquellos pioneros de esta actividad fue el deseo de que los jóvenes conocieran la Biblia.

Pablo tenía una pasión similar por su joven protegido Timoteo, al que le escribió: «Toda la Escritura es inspirada por Dios» y nos equipa «para toda buena obra» (2 Timoteo 3:16-17). Pero esta no fue solo una amable sugerencia de que «es bueno leer tu Biblia», sino que su exhortación sigue a la clara advertencia de que «en los postreros días vendrán tiempos peligrosos» (v. 1), con falsos maestros que «nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad» (v. 7). Es vital protegernos con las Escrituras porque nos sumergen en el conocimiento de nuestro Salvador y nos hacen sabios «para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús» (v. 15).

Estudiar la Biblia no es solo para los niños; es para adultos también. Y no es solo para el verano; es para todos los días. Pablo le escribió a Timoteo: «desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras» (v. 15), pero nunca es tarde para empezar. En cualquier etapa de la vida, la sabiduría de la Biblia nos conecta con Jesús.