Mi viaje a la casa de Simón fue inolvidable. Bajo un cielo estrellado en Nyahururu, Kenia, fuimos a cenar a su modesto hogar. El piso de tierra y la luz de lámparas reflejaban los recursos limitados de Simón. Cuál fue el menú no lo recuerdo. Lo que no puedo olvidar fue la alegría de él de que fuéramos sus invitados. Su bondadosa hospitalidad era como la de Jesús: generosa, conmovedora y refrescante.
En 1 Corintios 16:15-18, Pablo mencionó a la familia de Estéfanas, que tenía reputación de ser hospitalaria: «ellos se han dedicado al servicio de los santos» (v. 15). Mientras que su servicio quizá incluía cosas tangibles (v. 17), el impacto fue tal que Pablo escribió: «confortaron mi espíritu y el vuestro» (v. 18).
Cuando tenemos oportunidades de compartir con otros, está bien ocuparse de la comida, el entorno y otras cosas apropiadas para tales ocasiones. Pero, a veces, olvidamos que, aunque «el qué» y «el dónde» importan, no son lo más relevante. Las comidas memorables y los ambientes agradables son maravillosos, pero el alimento tiene sus limitaciones para nutrir y alentar plenamente. El verdadero refrigerio fluye de Dios e impacta directo al corazón, y sigue nutriendo mucho después de terminar de comer.
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