Cuando tuvieron que realizarle a mi hijo una cirugía ortopédica, di gracias por el médico que lo operó. A punto de jubilarse, nos aseguró que había ayudado a miles de personas con el mismo problema. Aun así, antes del procedimiento, oró y le pidió a Dios por un buen resultado. Y estoy agradecida de que el Señor lo hizo.
Josafat, un experimentado líder nacional, también oró durante una crisis. Tres naciones se habían aliado contra él e iban a atacar a su pueblo. Aunque tenía más de dos décadas de experiencia, decidió preguntarle a Dios qué hacer. Oró: «a causa de nuestras tribulaciones clamaremos a ti, y tú nos oirás y salvarás» (2 Crónicas 20:9). También le pidió su dirección, diciendo: «no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos» (v. 12).
La humildad con que Josafat abordó el desafío hizo que invocara de corazón la participación de Dios, la cual se manifestó mediante el aliento y la intervención divina (vv. 15-17, 22). Independientemente de la experiencia que tengamos en ciertas áreas, orar por ayuda fomenta una dependencia santa en Dios. Nos recuerda que Él sabe más que nosotros y que tiene el control supremo. Nos coloca en una posición humilde, en la cual le agrada responder y sostenernos, sin importar los resultados.
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