En diciembre, fuimos con mi familia a las montañas. Habíamos vivido toda la vida en un clima tropical, así que era la primera vez que veríamos la nieve en todo su esplendor. Mientras contemplábamos el manto blanco sobre los campos, mi esposo citó a Isaías: «si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos» (Isaías 1:18).

Después de preguntar qué significaba la grana, nuestra hija de tres años dijo: «¿El color rojo es malo?». Ella sabe que a Dios le desagradan los pecados, pero este versículo no está hablando de colores. El profeta está describiendo una tintura rojo brillante que se usaba para teñir. La ropa se teñía dos veces para que el color quedara firme. Ni la lluvia ni el lavado lo quitarían. El pecado es igual. Ningún esfuerzo humano puede quitarlo. Está arraigado en el corazón.

Solo Dios puede limpiar de pecado el corazón. Mientras mirábamos las montañas, admiramos el blanco inmaculado que no puede lograrse enjabonando y refregando una tela teñida de grana. Debemos seguir la enseñanza de Pedro: «arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados» (Hechos 3:19). Solo aceptando el sacrificio de Jesús por nosotros podemos recibir lo que nadie más puede darnos: un corazón limpio.