El joven Patrick Hamilton (1504-1528) nació en una familia noble escocesa. Su padre lo envió a París para que continuara sus estudios universitarios. Allí buscó ardientemente la verdad, descubrió el verdadero sentido del mensaje del Evangelio y experimentó una gran paz. Cuando su padre murió, Hamilton regresó a Escocia, convencido de que su país necesitaba escuchar la Palabra de Dios, y se puso a predicar el Evangelio. Aunque algunos apreciaron su mensaje, tuvo que enfrentarse a una gran oposición. Pronto sus enemigos encontraron una ocasión para hacerlo detener y fue condenado a muerte. Le propusieron salvar su vida si negaba su fe, pero como él quería “obedecer a Dios antes que a los hombres”, respondió: «Es mejor que mi cuerpo arda en las llamas de su hoguera por haber confesado a mi Salvador, que negar a aquel que me amó». Fue ejecutado al día siguiente y murió pidiendo a Dios que abriese los ojos de sus conciudadanos para que conociesen la verdad.
Pero la maldad de Satanás no tuvo la última palabra. La fe de los cristianos que habían asistido al martirio del joven Patrick se despertó, y muchos empezaron a proclamar con mayor valentía que Jesús era su Salvador.
Todavía hoy, muchos cristianos se encuentran ante decisiones difíciles, que comprometen su carrera profesional e incluso su vida. Pablo dijo a Timoteo: “Has conocido perfectamente… qué persecuciones sufrí; y de todas ellas me libró el Señor. Sí, y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución” (2 Timoteo 3:10-12, V. M.).
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