Mi anciana tía abuela yacía enferma en su cama. Tenía una sonrisa en el rostro; su cabello canoso rodeaba su cabeza y las arrugas cubrían sus mejillas. No hablaba mucho, pero todavía recuerdo las pocas palabras que dijo cuando mis padres la visitaron. Susurró: «No me siento sola. Jesús está aquí conmigo».
Su esposo había muerto hacía varios años y sus hijos vivían lejos, así que me maravillé ante su declaración. Cerca de cumplir 90 años, estaba sola, en su cama y casi sin poder moverse. No obstante, podía decir que no se sentía sola.
Mi tía tomó literalmente las palabras de Jesús a sus discípulos, tal como todos deberíamos hacerlo: «he aquí yo estoy con vosotros todos los días» (Mateo 28:20). Ella sabía que el Espíritu de Cristo estaba con ella, como prometió Él cuando los instruyó a ir por todo el mundo a compartir el evangelio con otros (v. 19). Jesús dijo que el Espíritu Santo estaría «con» los discípulos y con nosotros (Juan 14:16-17).
Estoy segura de que mi tía experimentó la realidad de esa promesa. El Espíritu estaba en su interior mientras ella yacía en su cama. Y el Espíritu la utilizó para compartir esa verdad conmigo… una sobrina joven que necesitaba escuchar y atesorar esas palabras.
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