Los milagros de la fe

Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Al instante, levantándose en presencia de ellos, y tomando el lecho en que estaba acostado, se fue a su casa, glorificando a Dios. Lucas 5:24-25

En nuestra mente, la vida de Jesús está asociada a los numerosos milagros que hizo, aunque solo una parte se relata en los evangelios. Su dimensión sobrenatural dejó una fuerte impresión en los que los vieron; algunas personas incluso iban a Jesús esperando ver tales prodigios (Mateo 12:38). Pero Jesús nunca fue engañado por los motivos reales que había en el corazón de los que iban a él: sabía que si bien los milagros sorprendían, solo eran un medio entre otros para llevar a los incrédulos a la fe y persuadirlos de ir a Dios. En varias ocasiones constató que esos prodigios solo habían despertado una fe superficial y sin fundamento (Juan 2:23-25).

¿Para qué servían esos milagros? Eran “señales”, es decir, pruebas del poder y del amor divino que estaban en Jesús. Así acompañaban y acreditaban el anuncio del Evangelio, dándole un brillo especial. El pasaje de Lucas 5 es una ilustración de ello: el milagro que devolvió al hombre paralítico el uso de sus piernas daba testimonio del poder que perdonaba los pecados de este hombre y del amor que se ocupaba de él en su miseria.

Dios siempre está dispuesto a dejar actuar su poder. ¿No es un milagro que un hombre perdido sea salvo y pase de la muerte a la vida, que una vida que está bajo la dependencia del mal pueda al fin ser libre?

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