Corriendo por el bosque, traté de encontrar un atajo y fui por un sendero desconocido. Al no saber si estaba perdida, le pregunté a alguien que corría en sentido contrario si iba por el camino correcto.

«Sí», dijo con seguridad. Al ver mi expresión de duda, agregó: «No te preocupes. ¡He ido por todas las rutas equivocadas! Pero está bien; ¡todo forma parte de la carrera!».

¡Qué descripción apropiada de mi periplo espiritual! ¿Cuántas veces me he alejado de Dios, cedido a la tentación y distraído con cosas de la vida? Pero Dios siempre me ha perdonado y me ha ayudado a seguir avanzando… aun sabiendo que volvería a tropezar. Él sabe que tendemos a ir por el sendero equivocado, pero está siempre listo para perdonar, una y otra vez, si le confesamos nuestros pecados.

Pablo también sabía que todo esto era parte del camino de la fe. Plenamente consciente de su pasado pecaminoso y de sus actuales debilidades, sabía que aún debía alcanzar la perfección que deseaba, en semejanza a Cristo (Filipenses 3:12). Y agregó: «pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo» (vv. 13-14). Tropezar es parte de nuestro andar con Dios; a través de nuestros errores, Él nos refina. Su gracia nos capacita para proseguir, como hijos perdonados.